El integracionismo puede expresarse en la idea de que el racismo es una cuestión de mentalidades. Y de que habría que actuar sobre las mentalidades, las representaciones, el imaginario para que la gente aceptara la “diferencia”, cambiara su “punto de vista” sobre el “Otro”. En última instancia, para animarlos, hay que tranquilizarlos, parecerse a ellos lo más posible. “Soy musulmán, les decimos, pero aparte de eso, soy igual a ustedes. Tengo los mismos valores que ustedes. Además, sus valores, se hallan en el Islam”.
El integracionismo se manifiesta también en la teoría del “cabeza de turco”. Nosotros seríamos los “cabeza de turco” de crisis, económicas o políticas, que no tienen que ver con nuestra presencia. Y para acabar con el racismo habría que luchar en los ámbitos en que tienen lugar esas crisis.
El integracionismo también es la defensa de una “discriminación positiva” elitista. Habría que tomar medidas que permitan la promoción social y política de algunos de nosotros para que, de manera progresiva, a todos se nos reconozca como ciudadanos de pleno derecho.
El integracionismo es también la ilusión lobbysta, que se inspira, con mucha frecuencia, en un seudo “modelo judío”. Para empezar es olvidar que el antisemitismo en Francia no tiene la misma historia que el racismo que vivimos. Es, sobre todo, omitir el hecho contundente de que para que declinara el antisemitismo en Francia se requirió la Revolución francesa, más un siglo de conflictos después de ella, que los judíos desarrollaran resistencias, las sacudidas y los conflictos de la Tercera República, la Segunda guerra mundial, que Europa se vaciara de sus judíos, la fundación del Estado de Israel, la crisis, hasta ahora inconclusa de la descolonización. Y, a pesar de todo eso, el antisemitismo sigue en estado latente en la sociedad francesa. Al judío se le acepta globalmente, pero se le acepta más entre menos judío parezca. Es decir, a condición de que esté bien blanqueado.
Podríamos evocar muchas otras formas de integracionismo. Pero la principal forma de integracionismo es la que es producto de la parcialización de las luchas, aun cuando se reivindiquen como parte de una política radical. A lo que me refiero es que las luchas fraccionadas o que se llevan a cabo en torno a reivindicaciones específicas pueden seguramente obtener algunos logros, pero tales logros seguirán siendo locales o particulares y subordinados a las relaciones de fuerzas locales y coyunturales, es decir a las fuerzas blancas. Pueden, es verdad, actuar de manera favorable en las relaciones de fuerzas globales y, desde ese punto de vista, ser parte también de una dinámica anticolonialista; pero esta dinámica probablemente no progresará, mientras no logré conformar un movimiento político centralizado y autónomo. Estoy convencido de que las luchas de tipo sindicalista están condenadas a ser “integracionistas” en la medida en que, al buscar solamente mejoras parciales, no se integran, al mismo tiempo, a un proyecto de transformación global de la sociedad y del Estado que pueda llamarse de “liberación”.
Sadri Khiari, Miembro del PIR
Traducción: Dulce María López Vega
Extracto de “Construir una organización política autónoma anticolonialista”